Amor, voluntad y obediencia
- desdelaraiz24
- 2 days ago
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Hay palabras que suenan lindas por separado, pero cuando las unimos, forman el verdadero desafío. Amor, voluntad y obediencia… parecen fáciles de decir, pero en la práctica, duelen, cuestan y transforman. Porque no siempre lo que amamos se alinea con lo que queremos, y no siempre lo que queremos es lo que Dios nos pide.
Jesús dijo: “Si me aman, obedezcan mis mandamientos” (Juan 14:15, NTV). Una frase corta, pero tan profunda. En ella, el amor no se queda en emociones, la voluntad no se deja llevar por caprichos, y la obediencia no se impone a la fuerza: nace de una relación.
Ahora bien, no quiero que pienses que hablo de religiosidad, tampoco de perfección. Yo misma estoy bien lejos de eso; Dios sabe que de vez en cuando hago un berrinche digno de Netflix, porque quiero que bendiga mis planes, que según yo, son SU voluntad. Spoiler: casi nunca lo son. Pero ahí, en medio del tira y jala entre lo que yo quiero y lo que Él pide, he descubierto que el verdadero amor se ve reflejado en la obediencia. Y que rendir mi voluntad no es perderla, sino entregarla a alguien que tiene pensamientos mas altos que los míos.
Cuando hablamos de amor, algunos piensan en maripositas, otros en música suavecita y algunos otros en una tranquilidad que nos hace sentirnos en una nube… hasta que Dios te pide que perdones a alguien que te hirió, que sueltes algo que te encanta, o que esperes cuando ya llevas media vida esperando. Ahí el amor deja de sentirse bonito. Se vuelve incómodo. Duele. Y de repente, ¡ahí está!, te llega un golpe de realidad directo al corazón… y al cerebro. Porque el amor que Dios nos muestra, y al que nos llama, no es uno emocional, es uno decisional.
Dame un momento… que esto me acaba de doler a mí también.
Amiga, te cuento algo. Mi consejera, Lis lleva tiempo pidiéndome que hiciera algo que me ayudaría muchísimo en mi proceso de sanidad. Y yo lo sé. Yo sé que es algo bueno… y hasta necesario. Pero como era doloroso, decidí tomar el camino largo. Sí, ese que eventualmente me llevaría al mismo lugar, pero en cámara lenta. ¿Saben por qué? Porque me doliiiiiaaaaa. Así, con todas las i y las a bien marcadas.
Jesús tampoco se libró del proceso. Él no fue a la cruz porque "se sentía bien" al respecto. Fue por amor, sí, pero un amor que eligió obedecer. “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42, RVR1960). Ese versículo me confronta y me conmueve cada vez que lo leo. Jesús, el Hijo de Dios, expresando su voluntad humana… pero rindiéndola. Si Él tuvo que elegir amar a través de la obediencia, ¿qué nos hace pensar que nosotros vamos a amar sin que duela de vez en cuando? Así que si tú también estás posponiendo algo porque “te duele”, no estás sola. Créeme, te entiendo. Pero el amor verdadero no le huye al proceso… lo abraza, aunque duela.

Hablemos un poco sobre la voluntad rendida… que no se rinde sola. Es fácil “rendir” nuestra voluntad hasta que lo intentamos de verdad. Y ahí nos damos cuenta de que no se trata de una frase espiritual elegante, sino de una batalla en cuerpo, alma y espíritu. Confieso que hay días en que una parte de mí quiere obedecer, pero la otra quiere correr, esconderse, hacer un drama, negociar… o simplemente hacerse la loca. Porque rendir la voluntad no se siente natural, se siente como una pérdida. Como si le dieras a Dios las riendas y tú te quedaras en el asiento de atrás sin saber a dónde va el carro.
Pero ¿sabes qué? En Dios, rendir la voluntad no es perderla, es ponerla en las manos de alguien que ve más lejos que nosotros. Alguien que sabe lo que viene, lo que nos conviene, y lo que nos va a sanar (Jeremías 29:11).
Prestemos especial atención a este versículo: “Confía en el SEÑOR totalmente, no en tu propia sabiduría. Ten en cuenta a Dios en todo lo que hagas, y él te ayudará a vivir rectamente.” (Proverbios 3:5-6, PDT). Esa palabra “confía” no es pasiva. Es una acción. Una entrega diaria. Y a veces una entrega con lágrimas en los ojos. Como aquella vez que mi consejera me dijo, con todo el amor del mundo, que debía hacer algo que me dolía pero que era necesario. Yo lo sabía. Lo entendía. Pero igual decidí tomar la ruta larga. Así somos a veces con Dios. Sabemos que lo que Él nos pide es para bien, pero igual lo evitamos. Porque no queremos soltar, porque no queremos sufrir, o simplemente porque somos orgullosos y queremos tener el control. Pero el control no nos sana, solo nos retrasa.
Acá entre nosotras, pienso que obedecer es la forma más real (y menos atractiva) de amar. No suena romántico. No da likes, ni se imprime en camisetas cristianas con brillo. Pero es la forma más genuina de amar a Dios. Porque es fácil decir "te amo, Señor" cuando todo está en calma. Lo difícil es decirlo con los actos, cuando nadie aplaude, cuando cuesta, cuando incomoda, cuando hay que tragarse el orgullo y hacer lo correcto aunque nadie lo note.
Mira, yo no tengo esto resuelto. Hay días en que amo, pero no obedezco. Otros en los que obedezco, pero a regañadientes. Y hay días (más de los que quisiera) en que ni siquiera quiero rendir mi voluntad el padre. Pero en medio de todo, sigo caminando. Porque he aprendido que Dios no busca perfección, busca disposición.
Amar a Dios de verdad implica tres decisiones valientes: elegirlo a Él, rendirle mi voluntad y obedecer incluso cuando duele. No siempre se siente bien, pero siempre da fruto.
A veces creemos que amar a Dios es cantar con fuerza, levantar las manos en adoración o publicar una historia bonita en redes (culpable por aquí ), pero la verdadera prueba de amor está en el día a día: en perdonar, en esperar, en soltar, en confiar, en decir “sí, Señor” cuando todo dentro nuestro quiere decir “no, gracias”. Porque más allá de nuestro amor frágil, está Su amor perfecto, que no falla, no se rinde y nunca deja de obedecer al propósito eterno.
Ahora sí, amiga… respira profundo, suelta el aire y vamos a prepararnos un buen cafecito ☕️.
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