Miradas que Transforman
- desdelaraiz24
- Jul 22, 2024
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Updated: Jul 24, 2024
“Los que a Él miraron, fueron iluminados; sus rostros jamás serán avergonzados.” Salmo 34:5 LBLA
Generalmente somos expertos en aplaudir las historias de superación de las personas que han fallado, pero han tenido el temple de levantarse y usar eso que algún día los hizo tropezar para transformarse y transformar la vida de otros. Los miramos y nos maravillamos del ejemplo en que se puede convertir su vida para otros. Y eso está bien, de hecho, está muy bien. Pero que difícil se nos hace mirarnos a nosotros mismos con la misma compasión, que difícil se nos hace entender que, como somos humanos, también fallaremos, y que inevitablemente podemos caer en un pozo profundo del que probablemente necesitaremos ayuda para salir. Sé que no estoy sola en esto; sé que tú también te has sentido así.
Era uno de esos días en que la culpa de mi pecado pesaba y es que a veces me cuesta creer que Dios ya me perdonó. No obstante, en esa misma semana, escucho a alguien hablar del Salmo 34 y se expresaba desde un corazón que había sido libertado y que estaba profundamente agradecido.
Escuchar a esta persona hablar, me hizo pensar que, en los momentos de mayor oscuridad, cuando el peso del pecado y la vergüenza parecen ser más fuertes, este mismo salmo (versículo 5) nos muestra una verdad hermosa y eterna: "Los que a Él miraron, fueron iluminados; sus rostros jamás serán avergonzados." Esta declaración no solo nos ofrece consuelo, sino también una promesa de transformación para quienes decidimos volvernos hacia Cristo.
Y es que cuando dirigimos nuestros ojos cansados y arrepentidos hacia él, encontramos una luz que clarifica la oscuridad que trae consigo la vergüenza. No importa cuán profundos sean nuestros errores o cuánto nos hayamos desviado del camino correcto, la gracia de Cristo es suficiente para lavarnos y restaurarnos por completo. ¡Mirarlo a Él nos transforma! Yo misma he tenido que leer esto repetidas veces y si tu necesitas internalizar esta verdad, léelo otra vez, por favor.

Si como yo, eres de esas personas que fue a ver la película “Intensamente” (Inside out) podrás comprender cuando te digo que mi consola estuvo manejada por la vergüenza y el miedo por mucho tiempo. Estos sentimientos predominaban sobre los demás; ambos me tenían paralizada y firmemente convencida de que mi crisis era mi estado final. La carga de la culpa se convirtió en mi sombra. Cada paso se volvía mas doloroso, con cada pensamiento me volvía mas autocrítica y mi sistema de creencias tenía su base en la vergüenza. Esto me hizo alejarme de los demás haciéndome creer que no era merecedora de amor o perdón (de cualquier tipo). Sin embargo, que bueno es saber que nuestro Señor nos liberta de todos nuestros temores. Pero, ¿sabes cuándo nos libra de ellos? ¡Cuando le consultamos a Él! En este mismo Salmo encontramos la llave que abre la puerta a nuestro proceso de libertad; “Porque consulté al Señor, y él me respondió. Él me salvó de todos mis temores” Salmo 34:4 Si queremos ser libres, ¡tenemos que llamarle y consultarle primero!
Recientemente fui a un centro comercial y me reencontré con una amiga de esas que te conocen tan bien, que cuando te miran, parecen sacarte una radiografía. Al parecer, pudo percibir que algo no había estado del todo bien. De ahí cuadramos para salir en algunas ocasiones hasta que de repente me hizo la pregunta de los 64,000 chavitos (refrán puertorriqueño):
-Cuéntame como has estado, ¿estás bien?, ¿Por qué te alejaste? Evidentemente ya me había leído entre líneas.
- Si, todo bien. En proceso… ahora estoy mejor. Le comenté.
Pero no imaginaba lo que me iba mencionar mucho más adelante en nuestra conversación: —“no tienes que decirme, pero no puedes ocultar la vergüenza que sientes…”
¡¿Qué?!, pero, ¡¿cómo lo supo?! Pensé.
Hablamos, hablamos… y hablamos, ¡hasta que las palabras pidieron un descanso! ¿Les ha ocurrido? Parecía que el tiempo no había pasado. Y ¿saben que? ¡Ella tenía razón! Estaba dejando que la vergüenza se apoderara de mi nuevamente.
Se que en ocasiones sentimos que no tenemos el control sobre esa culpa. Nos sentimos indignos del amor y la gracia de Dios, convencidos de que nuestras faltas nos separan irremediablemente de su presencia. Sin embargo, la sombra de la vergüenza pierde su dominio sobre nosotros cuando aceptamos la verdad liberadora de su perdón. No es buscar entender cómo Dios puede perdonarnos, es aceptarlo. No estamos destinados a ser esclavos de nuestro pasado ni a vivir bajo ese peso. En su lugar, somos invitados a caminar en la libertad que Cristo ofrece, sabiendo que le llamamos y él nos responde y que en él encontramos la gracia que nos levanta y nos restaura. ¡Qué belleza!
Al tener un encuentro con Cristo, en lugar de vergüenza, hallamos una nueva identidad: somos hijos amados de Dios, perdonados y transformados por su gracia. No somos definidos por nuestros errores pasados, sino por su sacrificio perfecto que nos limpia y restituye. Ya no tenemos que vivir bajo el peso de nuestros propios juicios o los de otros; en su lugar, nos abrazamos a la verdad de que somos completamente amados y aceptados en él.
Recientemente escuchaba una prédica y quien exponía el mensaje decía: “Todo el mundo tropieza, pero la diferencia está en nuestra respuesta. Algunos tropiezan y caen en la culpa, y otros caen en los brazos de Dios.” De igual forma, ten presente que en Jesús, la vergüenza es reemplazada por dignidad, la culpa por perdón y el desanimo por esperanza. No desperdicies tus errores, negándote a aprender de ellos.
Antes de irme, recuerda que todos podemos caer en un corral de cerdos, y eso producirá mal olor y podredumbre, pero quedarse ahí es una total tontería. Así que te invito a que pruebes y veas que el Señor es bueno (Salmo 34:8). No vas a encontrar un camino fácil para desechar el peso de la culpa y la vergüenza, se trata de escoger y aceptar una y otra vez, y aún una vez más la redención del padre, para poder experimentar la plenitud de vida que solo él puede dar.
Amiga, Dios es bueno, Dios es bueno contigo, Dios es bueno conmigo y Dios es bueno siendo Dios.
Hasta luego, como sabes, voy a tomarme un café ☕️
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