Tu condición no condiciona a Dios
- desdelaraiz24
- Oct 25, 2024
- 3 min read
Hace un tiempo, en una sesión con mi consejera Lis, hablábamos sobre lo bueno que es Dios:
—Antes había escuchado a mucha gente hablar de un Dios compasivo y misericordioso. Pero ahora lo vivo. He podido experimentar que, no importa mi condición, volver mi mirada a Dios me transforma —le dije.
—Cariño, es que tu condición no condiciona a Dios —mencionó ella.
Amiga, su contestación fue tan simple y tan cargada de verdad que ha inspirado este escrito.
A lo largo de mi proceso, he aprendido algo crucial: mi condición no condiciona a Dios. Por mucho tiempo, pensé que mis fallas, pecados, inseguridades, mi orgullo y la forma en que llevaba mi vida en general me alejaban tanto de Dios que no había forma de que Él pudiera obrar en mi vida. Pensaba que mi corazón era como esa receta que sale bien en redes sociales y mal en tu cocina: tan desastroso que ni Dios querría meterle mano. En un tono más serio, me sentía indigna. Así que, si estás luchando con tu corazón y piensas que es algo sin fin… Entonces, déjame ser la amiga que te diga que eres vista, eres amada, Jesús está contigo y, a través de estas líneas, yo también.
Créeme cuando te digo que Dios me ha mostrado pacientemente que su gracia y su amor son infinitamente mayores que mis errores. He entendido que, aunque mi pecado me separa de Él, su amor siempre me llama de vuelta. Contrario a lo que mi mente me lleva a pensar, mis fallas no tienen el poder de limitar lo que Dios quiere hacer en mí. Es la falta de disposición lo que lo limita. Dios no se mueve tomando en consideración mis inseguridades o mi orgullo; se mueve conforme a su naturaleza, que es misericordiosa, bondadosa y llena de gracia.

No es sobre mí, ni sobre ti; es sobre quién es Dios. Y Él es fiel, aun cuando yo no lo sea. ¿En serio? ¡Sí! 2 Timoteo 2:13 (NTV) dice: “Si somos infieles, él permanece fiel, pues él no puede negar quién es.” Su plan de restaurarnos no depende de nuestra perfección, sino de su perfecta voluntad. Mi pasado, mis heridas y mis errores no lo sorprenden. Más bien, Él los usa para mostrarme cuánto más necesito de su amor y transformación. Los usa para enseñarme que soy vulnerable, que soy humana. Hoy no me avergüenza decir que soy débil, que fallo y que todos los días necesito ser perdonada. Hoy acepto (aunque a veces no lo entienda) que Dios, por amor, me perdona, me limpia, me restaura y me transforma diariamente.
Cuando comprendemos que nuestro pecado no puede condicionar a Dios, podemos dejar de cargar con el peso de la autoexigencia y abrazar su gracia. Hoy, nos quiero recordar que no tenemos que ser perfectas para recibir el amor de Dios; solo tenemos que estar dispuestas a permitirle obrar en nuestras vidas. No seamos altivas; tratar de manipular a Dios nos limita a nosotras, no a Él. Debemos dejar de ponerle límites a Dios y a su poder restaurador. Esto solo detiene la obra que Él quiere hacer en ti. Dios quiere y puede, pero ¿y tú?
Te escribo estas palabras, aun cuando le he fallado a Dios y he llegado a sentir que no merezco su amor, ni su gracia. Eso es justamente lo que el enemigo quiere: que pensemos de esa manera. Él sabe que la victoria ya nos ha sido dada, y que en Dios no hay condenación, culpa ni vergüenza, porque todo fue pagado por Jesús. Lo verdaderamente vergonzoso es que el diablo reconozca el potencial que tenemos en Cristo, mientras nosotros lo ignoramos.
Ahora bien, esto no significa que tengamos licencia para pecar a conciencia solo porque vivimos bajo su gracia. Como me diría mi consejera: “Dios sabe cuándo son errores y cuándo son planes”. Es cuestión de tener la capacidad de arrepentirnos, aceptar su perdón y mostrar un verdadero cambio de actitud y comportamiento. Porque un “arrepentimiento” sin un cambio de conducta es solo remordimiento y falta de entendimiento. Amiga, todo el mundo se equivoca; es por eso que los lápices tienen borradores. Si tú misma te condenas, ni Dios te podrá convencer de que quiere otorgarte su gracia.
Me despido con esta belleza de versículo para que podamos entender que, hagamos lo que hagamos, su amor es más grande:
“Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” Romanos 8:38-39.
Nos leemos luego. Como sabes, voy a hacerme un café. ☕️
Comments